
Hacia la mitad del libro ocurre el punto de quiebre, cuando Esther regresa a su casa para pasar ahí el resto de sus vacaciones de verano. Primero aparece el insomnio, dos, tres, cinco, siete, hasta quince días sin dormir. Luego la incapacidad de comer y finalmente, lo peor, no poder leer ni escribir. El primer psiquiatra que la atiende le receta de frente terapia de shock y Esther se rehúsa a regresar. Intenta suicidarse una y otra vez, fallando siempre, hasta que finalmente se esconde debajo de su casa y se toma una botella entera de somníferos. Después de ese evento, Esther es internada en varios hospitales psiquiátricos.
La segunda parte del libro trata de sus experiencias en esos hospitales y su constante ir y venir en el camino hacia la mejora. Sí, se que suena terriblemente depresivo, y lo es, pero el libro tiene algo que atrae, casi como si algún amigo cercano nos estuviera contando su propia caída en la depresión. Es un libro inteligente, perspicaz, lleno de imágenes y opiniones acerca del mundo. Pero no pude evitar sentirme algo deprimida y apática mientras lo leía. En cierto momento pensé en dejar de leerlo porque el libro transmitía demasiado bien la depresión de esta chica y comenzaba a deprimirme yo también. Al final no pude dejarlo hasta que terminé. Eso sí, he decidido leerme El Principito o Harry Potter para sacarme el aire depresivo que me ha quedado. Creo que lo que más afecta es saber que es un libro semi-autobiográfico y que Sylvia Plath terminó suicidándose 10 años después de su publicación.
Éste es un ejemplo perfecto de como las cosas que leemos afectan nuestros estados de ánimo y el transcurso de nuestros días. Un excelente libro, un verdadero insight en una mente brillante pero trastornada. Lo recomiendo, pero seguido obligatoriamente por caminatas bajo el sol y helados de vainilla. Por favor.